The Love Between Hans Christian Andersen and Jenny Lind
The Ballad of
Hans and Jenny
Aquiles Nazoa
(Venezuela, 1920 - 1976)
Truly, never was love so pure as when Hans Christian Andersen loved Jenny Lind, The Nightingale of Sweden.

Hans and Jenny were dreamers, and they were beautiful, and their love divided itself like two schoolboys dividing up their almonds.

To love Jenny was like going around eating an apple in the rain. It was being in the fields and discovering that the cherries were ripening like the dawn.

Hans used to sing to her whimsical tales of the time when the icebergs were great bears in the sea. And when the spring came, he would hang her pigtails with wild coltsfoot.

The glance of Jenny peopled the landscape with Sunday colors. Jenny Lind could well have been born in a box of water colors.

Hans had a music box in his heart and a wine-cask of sea foam that Jenny had given him.

Sometimes, the two parted, travelled in different directions. But they kept on remembering each other through the small things of the earth.

For example, Hans knew and loved Jenny in the transparent mist of fountains and in the gaze of children and in the dry leaves.

Jenny knew and loved Hans in the beards of beggars, and in the perfume of fresh bread and in the most humble coins.

Because the love of Hans and Jenny was intimate and sweet, like the first day of school in winter.

Jenny sang ancient Nordic ballads with infinite sadness.

One time some American students heard her, and that night they cried tenderly over a map of Sweden.

And (I tell you) when Jenny sang, it was the love of Hans that sang inside of her.

One time Hans went on a long trip and it was five years before he returned.

And he went to see his Jenny and found her sitting, her hands together in the tranquil posture of a blind girl.

Jenny was married and had two children as beautiful as her.

But Hans continued loving her till his death, with the wine-cask of foam and through the coming of fall and in the color of raspberries.

And Jenny continued to love Hans in the eyes of the beggars and in the most humble coins.

Because, truly, never was love so pure as when Hans Christian Andersen loved Jenny Lind, The Nightingale of Sweden.

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Balada de
Hans y Jenny

A María Teresa Castillo
Verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.

Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían, como dos colegiales comparten sus almendras.

Amar a Jenny era como ir comiendose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas.

Hans solía cantarle fantásticas historias del tiempo en que los tempanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él la cubría con silvestres tusílagos las trenzas.

La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas.

Hans tenía una caja de música en el corazón, y una pipa de espuma de mar, que Jenny le diera.

A veces los dos salían de viaje por rumbos distintos. Pero seguían amándose en el encuentro de las cosas menudas de la tierra.

Por ejemplo, Hans reconocía y amaba a Jenny en la transparencia de las fuentes y en la mirada de los niños y en las hojas secas.

Jenny reconocía y amaba a Hans en las barbas de los mendigos, y en el perfume de pan tierno y en las más humildes monedas.

Porque el amor de Hans y Jenny era íntimo y dulce como el primer día de invierno en la escuela.

Jenny cantaba las antiguas baladas nórdicas con infinita tristeza.

Una vez la escucharon unos estudiantes americanos, y por la noche todos lloraron de ternura sobre un mapa de Suecia.

Y es que cuando Jenny cantaba, era el amor de Hans lo que cantaba ella.

Una vez hizo Hans un largo viaje y a los cinco años estuvo de vuelta.

Y fue a ver a su Jenny y la encontró sentada, juntas las manos, en la actitud tranquila de una muchacha ciega.

Jenny estaba casada y tenía dos niños sencillamente hermosos como ella.

Pero Hans siguió amándola hasta la muerte, en su pipa de espuma y en la llegada del otoño y en el color de las frambuesas.

Y siguió Jenny amando a Hans en los ojos de los mendigos y en las más humildes monedas.

Porque verdaderamente, nunca fue tan claro el amor como cuando Hans Christian Andersen amó a Jenny Lind, el Ruiseñor de Suecia.

--- Translated by Carlos Amantea


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